El problema de la mimesis o representación de la realidad en la literatura es, tal vez, lo que más nos hace pensar en la dificultad para entablar un diálogo entre los estudios humanísticos y las ciencias físicas o naturales. Los objetos de estudio son diferentes, pero también los métodos, para acercarnos siguen siendo vistos con abismal distancia. Tras la herencia positivista que pervive en muchos círculos académicos, aún se ve con lupa el binomio objetividad/subjetividad, en apego a la vieja distinción entre las ciencias naturales y las del espíritu. Sin embargo, el camino para llegar a la verdad en ambas depende, como diría Hans George Gadamer, de la naturaleza de nuestro objeto de estudio. De hecho, asegura el filósofo alemán, lo que tenemos «no es una diferencia de métodos sino una diferencia de objetivos de conocimiento» (Gadamer, 1988, p. 11). El método, en este sentido, lo marcará el proceder hermenéutico como práctica que inicia en el reconocimiento de los presupuestos o información previa que tenemos, como seres insertos en una tradición, y nuestro diálogo frente al objeto de conocimiento.
Pero ¿cuál es la relación que se establece entre metodología e investigación en las humanidades?, ¿cómo se investiga en los estudios literarios?, ¿cómo entendemos la relación entre los problemas de la realidad y lo que “resolvemos” desde la crítica literaria? En este estudio se reflexionó acerca de estos cuestionamientos, para luego enfrentarnos a los retos fundamentales del análisis e interpretación de la nueva literatura mexicana, a partir de tres autoras contemporáneas que han escrito sobre la pandemia de COVID-19 (Daniela Tarazona, Karla Montalvo y Guadalupe Nettel). Para reflexionar acerca de la representación de la pandemia en las obras de estas autoras, nos guiamos por la visión hermenéutica de Roman Ingarden, Hans George Gadamer y Paul Ricoeur.
Metodología e investigación en las humanidades
El siglo XXI ha puesto sobre el escenario de las universidades la necesidad de formar individuos desde una visión integral y humanística, solidarios y responsables con los otros y con su entorno. La investigación que se genera en el seno educativo, en relación dialéctica con la docencia, también ha cambiado. Busca nuevos caminos a través de la inter, multi y transdisciplina para examinar problemas que impactan la integridad del ser humano. Así que la pregunta de los hermeneutas como Gadamer vuelve a surgir: ¿cuál es el método para llegar a esa verdad poliédrica que nos atañe?, ¿cuál es el camino para producir y acceder al conocimiento? Se hace evidente, entonces, la relación entre metodología e investigación. Nuestro objeto de estudio y los objetivos que perseguimos marcan la ruta crítica para avanzar en nuestra búsqueda, cada vez más con el apoyo de otras estrategias, de miradas que, desde otras áreas, iluminan nuestros pasos como investigadores. Pero no solo las humanidades justifican sus prácticas investigativas con el apoyo de otras áreas; las ciencias naturales —la medicina, por ejemplo—, también se acercan a otros enfoques, humanísticos y sociales, incluso a prácticas comunitarias ancestrales que sirven de apoyo en sus trabajos de investigación.
Así, nos encontramos con que hoy la investigación se desarrolla de forma más horizontal. Términos como “investigación participativa”, “informante-investigador”, surgieron en lo que se ha denominado interculturalidad o investigación intercultural. Con esto se amplían los campos de acción en el ecosistema del conocimiento y se desdibuja el pedestal positivista en el que se veía al investigador como único dueño y señor del saber.
La ciencia ha cambiado en este ecosistema, en esta “sociedad del conocimiento”; hoy debe ceñirse a los parámetros y acuerdos internacionales en pro de una mejor comprensión de la sociedad. Pero también los demás sectores de la población deben cambiar junto con las ciencias y las humanidades. Como asegura Beatriz Pescador:
El conocimiento ya no se puede circunscribir solamente a los círculos académicos. Debe hacer parte de las agendas de gobiernos nacionales, regionales, locales y urbanos, de las organizaciones no gubernamentales, de los encargados de la salud, de los empresarios, de los gremios productores, de los ambientalistas, de los consultores (Pescador, 2014, p. 6).
Solo así la sociedad del conocimiento contribuye al desarrollo de las regiones. Pero ¿cómo pueden las humanidades guiar, orientar este desarrollo?, ¿cómo incidir en políticas públicas a partir de la investigación humanística?, ¿qué problemas resuelve la literatura, y, aún más, la crítica literaria?
Por otro lado, debemos considerar que hacer investigación hoy, en cualquier área del conocimiento, implica enfrentarnos con nuevos retos tecnológicos. Ya sea como responsables de un proyecto o como formadores de nuevos investigadores, visualizamos en el escenario por lo menos tres aspectos dignos de tomarse en cuenta: 1) La necesidad de nuevas habilidades para realizar búsquedas en repositorios, bases de datos y archivos de índole diversa; 2) La importancia y manejo de herramientas digitales en el análisis de la información; y 3) La administración del tiempo que cada vez resulta más fragmentado en el ejercicio investigativo.
Los dos aspectos iniciales demandan una reformulación de lo que implica ser investigador en las humanidades y exige una formación digital urgente para quienes tenemos un camino andado en otras formas de hacer investigación practicadas hasta antes de la pandemia. En este sentido, tanto la docencia como la investigación humanística han sido empujadas a buscar soluciones en estos últimos años para leer, analizar, juzgar con nuevas herramientas y desde otras perspectivas sus objetos de estudio.
En cuanto al tiempo de la investigación, nos enfrentamos a una dificultad propia del siglo XXI. Vivimos en un tiempo disperso, fragmentado, efímero, propio de la cultura contemporánea, como señala Machado.
A ello hay que agregar, como recuerda George Steiner, la hipertrofia de un lenguaje tecnológico y matemático —muchas veces utilizado solamente en sus aspectos superficiales— para crear la ilusión de que todo conocimiento es unívoco, que tiene siempre significados únicos y exactos, sin admitir discrepancias, argumentaciones contradictorias u opuestas, exposiciones lógicas (Machado, 2006, p. 125).
Lo anterior, nos hace voltear la mirada hacia la función de las humanidades. Investigamos para explicarnos, para comprendernos y comprender nuestro entorno. Buscar el camino del sentido en nuestra vida cotidiana atañe a las humanidades, al arte como expresión primigenia de los mitos. Por ello, es necesario investigar y divulgar la investigación desde las ciencias sociales y las humanidades. Esto ayuda «a fomentar el pensamiento crítico de la población» (Figueroa, como se citó en Gutiérrez, 2021). En tiempos de pandemia también «requerimos una vacuna humanística, que lleguen dosis de filosofía, de sociología, de antropología, de economía, para despertar el interés y generar conciencia entre la población» (Sierra, como se citó en Gutiérrez, 2021) sobre problemas complejos como «el incremento de los niveles de suicidio, frustración y violencia intrafamiliar, la migración, el empobrecimiento...» (Gutiérrez, 2021).
La investigación literaria
Cuando hablamos de investigación en literatura debemos dejar bien claro que nuestro objeto de estudio está inserto en un abanico muy amplio que podemos llamar fenómeno literario. Pero sin duda, es la obra de arte literaria la que genera el ecosistema teórico y crítico que nos hace preguntarnos por el autor y su entorno, la estructura textual, los temas representados o lo que ocurre con el lector frente a una novela, un poema, etcétera. Como toda investigación, la humanística —y la literaria en el caso que abordamos—, busca satisfacer dudas y construir conocimiento acerca de un objeto de estudio.
La literatura mexicana del siglo XXI no es ajena a las diversas problemáticas sociales y como objeto de conocimiento nos revela respuestas a la indagación por las problemáticas allí representadas y su relación con la realidad. De hecho, el arte en general analiza y critica, pone en evidencia diversas prácticas culturales que denigran al ser humano. Pero, aunque parece obvio, debemos preguntarnos si el arte hoy cumple una función social y cuál es su rol. Esto, porque no debemos olvidar que la realidad representada en obra literaria es puramente intencional, que tiene su base física en el lenguaje, como lo señala Roman Ingarden. Por más cercana que parezca, por más “real” que se antoje pensarla, solo tenemos un habitus de lo que vivimos fuera de la obra de arte. Es decir, se vuelve indispensable pensar en que la realidad, por más vívida que resulte, es una verdad literaria, no histórica ni social. Sin embargo, como afirma Paul Ricoeur, como verdad metafórica, la realidad de la obra apunta a nuestra realidad, esta referencia en segundo grado nos provoca, nos hace identificarnos y vivirla como si fuera real. Hans Robert Jauss habla, en Experiencia estética y hermenéutica literaria, de los roles de identificación que se dan en el momento de la lectura, en el tiempo de la experiencia estética. Esta vivencia del «como sí» es lo que hace posible la comprensión de nuestra realidad y de nosotros mismos a través del arte, señala Gadamer en Verdad y método.
La representación de la realidad y la pandemia en tres narradoras mexicanas contemporáneas
Para reflexionar acerca de los mecanismos de representación de la realidad en la literatura mexicana, nos acercamos, a manera de ejemplo, a tres escritoras mexicanas contemporáneas que han escrito sobre la pandemia y durante la pandemia. Aunque se mencionan textos de otros autores, nuestra mirada se encamina hacia una muestra breve, pero significativa, de Daniela Tarazona, Karla Montalvo y Guadalupe Nettel.
Daniela Tarazona
Cartas desde el encierro (marzo 2020) marca el género epistolar como el espacio desde donde Daniela Tarazona abrirá un diálogo no solo con su interlocutora Karla Zárate, sino con los otros, con los lectores, y con su otredad surgida durante la pandemia de COVID-19. La segunda entrega del intercambio entre las autoras mexicanas se impregna de alusiones vampirescas y del mundo extraterrestre, en una clara inclinación hacia lo extraño que toca el ámbito narrativo y el real.
La correspondencia aviva un género ya muerto y enterrado en el papel, por lo menos en nuestra cultura, y no precisamente debido al auge tecnológico, sino por el pésimo servicio postal de México. Sin embargo, estas cartas no se mandan por correo; se publican en una revista, Nexos, incluso con cierto temor de exponerse ante otros lectores, como dice Karla Zárate.
Las epístolas de las dos autoras que se eligieron mutuamente para este experimento “suavizan” el aislamiento del encierro a causa de la pandemia de COVID-19. En la carta del 30 de marzo de 2020, Daniela escribe: «¿Tienes ya los resultados de la prueba? Cuéntame, por favor. Dicen que un alto porcentaje se infectará del virus, aunque eso no quiere decir que se enfermará. ¿Nos infectaremos o nos enfermaremos nosotras?» (Tarazona, 2020). Las pruebas, las vacunas, las causas de la enfermedad se discuten ante la incertidumbre propia de la desinformación. Lo primero que despliega la representación de la pandemia es la causa de su origen que alcanza un tono fantástico. La sobrepoblación del planeta parece que desencadena todo lo demás. «Somos demasiados en el planeta, Karla. Cualquier cosa podría desatar una pandemia. La caca de murciélago o las uvas podridas de un viñedo» (Tarazona, 2020). El excremento del murciélago muestra, por un lado, lo escatológico del mundo representado y; por otro, la intriga de lo extraño y terrorífico, como puede ser el espacio de lo vampiresco.
La caca de murciélago es parte de la respiración de cualquiera que adquiera el virus. Es una exageración, lo sé, pero mira que los murciélagos se alimentan de sangre y a nosotros se nos vampirizó la realidad. Por eso, quedémonos en casa, no vaya a ser que mañana empecemos a dormir colgados de cabeza. [...] Un abrazo de parte de Drácula. Daniela (Tarazona, 2020).
Karla tiene la prueba, pero no es suficiente para superar el estado anímico de la pandemia. El contagio, el miedo de ser otro, de ingresar a ese mundo extraño, se vuelve vital. Es el borde de una locura que abre paso a la estigmatización. Aquí vemos cómo el problema representado atañe a múltiples disciplinas, pues toca aspectos de salud física y mental, emociones, sentimientos, razonamientos que trastocan la manera de percibir el mundo.
Querida Daniela con D de Drácula, gracias por preguntar: llegó el correo electrónico con el resultado de la prueba. Lo abro, no lo abro. [...] Te informo: no estoy contagiada del temido virus. Esto no me tranquiliza y sigo preocupada. Al servicio de mis paranoias y delirios, hay una nota final: la negativa no excluye la posibilidad de infección (Zárate, 2020).
En este espacio vemos, de hecho, cómo Daniela se reconoce y es reconocida con la “D” de Drácula, pues, aunque la ironía es el móvil de la representación, funciona la etiqueta identitaria en esta transformación de los individuos. La referencia y metarreferencia se convierten así, en una estrategia literaria recurrente, más que en otros momentos de la literatura mexicana. Todo se resignifica, se asocia con otros textos, autores, momentos, enfermedades, circunstancias. Karla deja ver en su misiva, la relación múltiple que se hace de la pandemia de COVID-19 con otras pandemias y momentos: «No sé si hemos vuelto a la peste de Atenas, al escorbuto de la Edad Media o si nos alcanzó un futuro con chips para cerebros y armas químicas manejadas por cyborgs» (Zárate, 2020).
Daniela definió este tiempo de la pandemia como transformadora, no solo de la vida, sino de la muerte. Sí, la muerte cambia, este modus operandi de la muerte deja trastocados a los vivos, hace sentir su filo por lo avasallador de sus acciones.
Ya que ahora el tiempo es otro, podríamos pensar en que la muerte adquiere otros significados. ¿No es alucinante que la muerte, la enfermedad y el amor siempre estén siendo algo nuevo? Por eso, pienso, la cuarentena es más impactante que la caída de un meteorito mediano. (Tarazona, 2020)
Lo que se observa en este impacto de la enfermedad y la muerte es un ser carente de todos los aspectos que lo definían antes como ser humano. Karla puso de manifiesto las necesidades y deseos ante la mediación que se impuso a la vida: «Hacen falta sabores, olores, texturas, labios sin tapabocas, carne, piel, caricias y miradas sin pantallas de por medio. Hoy me conformo con los apapachos cibernéticos y los besos de lengua tridimensional» (5 de abril de 2020). Pero del miedo y la incertidumbre, de la nostalgia causada por la separación involuntaria que notamos en Cartas desde el encierro, se pasó a la duda, el coraje; surge la crítica política ante la pandemia.
Daniela Tarazona muestra, fuera del espacio ficticio de las cartas, lo que queda como efectos de esta pandemia; es decir, la desarticulación del sujeto:
En el reino de la nueva normalidad ya importan poco los datos personales. Es decir: como en la vida digital estamos convertidos en productos de compra y venta, la vigilancia se ha concentrado en los cuerpos. Nuestros organismos sudorosos y salivosos, nuestras mucosidades, son ahora la única fuente de la verdad. Las células que sí rifan, las escoriaciones que siempre dicen algo cierto. El gen, el escupitajo, la información única de los cuerpos vivos (Tarazona, 2021).
Karla Montalvo
Karla Montalvo, quien optó por compartir sus textos en un blog y refirió directamente su escritura como Palabras de la pandemia, en la plataforma digital, construyó el nexo entre la pandemia y el arte, a partir de lo cotidiano: cocinar, estar en pijama. En su texto “Pantuflas” se observa la noción de la enfermedad no solo física, sino esa otra dimensión que nos consume en lo espiritual. Montalvo describió el ambiente, los sentimientos que se desprenden dentro y fuera del cuerpo.
Hoy he permanecido en mi cama la mayor parte del tiempo. Un tiempo ordinario. Pasajero. Sin trascendencia. El tiempo del olvido en cierta forma. Tiempo de kleenex hechos bolitas, de vasos con agua, de tylenol. Pero con las pantuflas puestas, para poder descansar y permitirle al cuerpo sufrir el virus, sus últimos estragos antes de irse. Eso es en el exterior. Por dentro, esto que sufre mi cuerpo es parte del proceso para regresar a lo ordinario (Montalvo, 2020).
El tiempo vacío de tanto no ser, se estaciona en el sujeto; ese tiempo que pesa como cochambre se apodera también de los objetos, del ambiente, de las casas. En la cocina, la estufa conmueve a la narradora. «Confieso que en esta pandemia he dejado a mi estufa ensuciarse hasta la ignominia. Más de una vez. Nunca en su vida había llegado a extremos tan deshonrosos, tan indignos» (Montalvo, 17 de julio de 2020). En “Tiempos de pandemia: La pantalla” Montalvo aludió a la representación del cuerpo y el papel que ha tomado la tecnología en nuestros quehaceres cotidianos. El ensayo literario permitió la reflexión acerca de lo que implica la pandemia como enfermedad untada al cuerpo, como pasa en “Pantuflas”. De igual forma, se observó el espacio habitado en “Estufa” y, podemos pensar en sus alcances en el trabajo y la tecnología, en “Pantalla”.
La pantalla en cuarentena tal vez sea el límite de la auto representación. Su vivencia extrema. Nos obliga a constatar que no somos la imagen que ella reproduce: no nos totalizamos ni nos agotamos en ese marco, en ese rostro. La experiencia de la pantalla-muerte, de la pantalla-locura, también es el retorno al yo inacabado, tendiente al cambio, al fluir. Un yo vivo. Una yo viva. Vertiginosamente viva (2 de julio de 2020).
Lo inacabado, el vacío, la locura, se añaden a la visión neo-existencialista de la muerte cotidiana. Pero la muerte ahora no es íntima, sino pública, se exhibe. La muerte es larga, agonizante. En ese tiempo de pleonasmo, Montalvo se sorprendió en la única salida, la escritura que se anuncia larga: «Este ensayo será largo. Aviso para que no les pase como a mí con el confinamiento: imaginé que duraría tres o cuatro meses y ya llevamos nueve y hay días que he creído haber llegado a mi límite» (Montalvo, 7 de enero de 2021).
En Tiempos de pandemia Montalvo presentó una metaescritura; allí el acto de escribir es una actividad esencial. Durante el encierro, el cuerpo no es habitado porque la vida queda fuera, está suspendida. Hay un Yo, una Yo, que la desea, que piensa la vida como algo externo que retomará en un momento dado. Pero la vida es interrumpida por el encierro, y el encierro, que ya no se sabe si es voluntario o involuntario, ha perdido sus límites.
Los primeros meses puse mi vida entre paréntesis; en tanto el encierro se desplegaba y se imponía con su rutina, su otra forma de trabajar, de vivir los espacios, mi vida estaba afuera, esperándome para que yo pudiera retomarla justo donde la había dejado. El encierro era una pausa, no iba a durar tanto y yo podía ver todas las noches —incluso con genuino interés— la conferencia sobre la pandemia (Montalvo, 7 de enero de 2021).
El encierro es el móvil de lo inacabado. Además, se convirtió en el simbolismo de una gestación del vacío cuando la escritora refiere el tiempo de la espera que hasta ese momento es de nueve meses. Esos nueve meses que “normalmente” atañen a la nueva vida que llegará con esperanza, aquí se convierten en locura porque se pierde la esperanza, los límites se borran. La voz autorial enuncia: «Nueve meses más tarde sería muy loco de mi parte creer que voy a retomar mi vida donde la dejé» (Montalvo, 7 de enero de 2021). Porque el confinamiento ya no es visto como pausa, no es como había ocurrido con encierros menores, vistos casi como descanso. Aquí, como lo enunció Rivera Garza, hay un aterrizaje forzoso. En la espera nos transformamos, empezamos a dar vueltas sobre nosotros mismos, viendo que no hay salida. La vida que se creía afuera, después de todos esos meses, ahora se busca dentro, se reconoce como parte de la enfermedad. «Está aquí, harta de verse forzada a cambiar de rumbo de forma tan radical. La pandemia es parte de ella, con su peligro, con el sufrimiento que ha traído a tantas personas y con el encierro alargándose y alargándose» (Montalvo, 7 de enero de 2021).
Para Montalvo, el encierro controla nuevos encierros, íntimos, amenazadores. Por un lado, es el mecanismo que empuja hacia una nueva vida dominada por el miedo al otro, como también lo anota Jorge Volpi; y por otro, la incertidumbre de lo fantasmal provoca una dimensión misteriosa, fantástica a esta nueva vida.
El encierro a estas alturas no es cuestión de paredes; es de límites. Incluso quienes tienen que salir a trabajar, están también encerrados. ¿El miedo no está en su trayecto? ¿Las posibles consecuencias no los rondan? El virus como un cerco que no vemos, pero está. Incluso quienes salen y hacen fiestas y abrazan, ¿de veras no están encerrados? Aunque no crean en el coronavirus, el coronavirus es. Y hasta muta. Una amiga que debe salir a trabajar, recibe noticias de gente que fallece por el COVID y vive con un médico, de pronto, cargada de emoción, me dijo, me siento rodeada de muerte. Otro encierro. De otra índole. Y una sin poder abrazar (Montalvo, 7 de enero de 2021).
Los microencierros que nombró Montalvo dan lugar a pequeñas burbujas que aparentemente se pierden en la nueva cotidianidad, se anclan en la nostalgia, en el recuerdo, en los breves deseos apagados por la urgencia de ser, de salvarse, de confinarse desde el cerebro a los pies. Para Montalvo (2020) el tiempo de la pandemia inaugura encierros dentro del encierro. Pero la pandemia también nos llevó a nuevos ritmos, luego del aterrizaje forzoso y el mentido deleite de receso que se volvió suspenso. Ahora hay un aceleramiento pasmoso, rechinante.
Creo que la pandemia no nos ha traído un tiempo de contemplación, como lo llama Rita Segato. Por el contrario, el productivo nos ha sometido con mayor intensidad. Sería muy fácil, como notó la protagonista de Kindred, terminar durmiendo con el uniforme puesto, de la misma manera que lo hace el papá de Gregorio Samsa. Hay que imaginar salidas. Trazar líneas de fuga dirían Deleuze y Guattari. Oler los ingredientes con los que preparamos la comida. (Montalvo, 7 de enero de 2021)
Guadalupe Nettel
Guadalupe Nettel, además de escribir ella misma sobre la pandemia, antologó un libro en el que, a manera de diario, diversos escritores dejan su huella. Allí, encontramos textos de Cristina Rivera Garza, para quien la pandemia ha significado un freno de emergencia para la humanidad. Con esta metáfora que indica hasta dónde llegó el impacto de la pandemia de COVID-19, Rivera mostró ese nuevo sujeto que debe ser consciente de su relación con el entorno. En este caso, la voz del Diario cargó de una mayor veracidad la demanda autorial.
La pandemia no es un remanso. Mucho menos de paz. Nos hemos detenido en seco, ciertamente, y aunque es claro que la mano que jaló el freno es una mano humana —el cambio climático y la alteración de ecologías terrestres son la forma misma del capitaloceno salvaje— es menos claro si ese freno será suficiente para transformar un sistema económico que, en su afán de producir la mayor ganancia posible, ha devastado sistemáticamente la Tierra. (Rivera, como se citó en Nettel, 2020, p. 73)
La autora coincidió con Jorge Volpi, para quien las metáforas de la enfermedad se han accionado en el encarcelamiento y la vida normada, controlada al extremo de estos tiempos. El miedo, el pánico, la desconfianza se han apoderado de la humanidad. Así vivimos «el fantasma del apocalipsis viral» (Volpi, como se citó en Nettel, 2020, p. 12). Somos una sociedad en coma, pues actividades que definen incluso la cultura se han vuelto no esenciales.
En este sentido, la literatura aparentemente no importa, porque no ofrece una solución a ningún problema, al problema de la pandemia de COVID-19, por ejemplo. Entonces ¿para qué escribir? Podríamos decir que para sobrevivir, para consolar. «Esa es la función consoladora de la narrativa, la razón por la cual las personas cuentan historias y han contado historias desde el comienzo de los tiempos» (García, como se citó en Gutiérrez, 2021). Y, precisamente a partir de la crítica literaria, podemos dar cuenta y darnos cuenta de que hoy, como en otras épocas, el arte sirve de bisagra entre la realidad y la esperanza identitaria, si le queremos llamar así. Narrar estos momentos extraordinarios libera no solo a quien escribe, sino a quien lee. ¿En qué sentido el arte libera?, ¿de qué? Porque es un proceso que tiene que ver con la liberación de sentimientos y emociones, que hacen del ser un ser esperanzado. El arte no es un medicamento que podamos poner en breves dosis a la manera como lo ilustra Jaime Sabines en su poema:
La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía (Sabines, 2017).
El arte reconcilia al ser desde la plataforma metafórica. Y la crítica literaria hace evidente esta reconciliación. Es decir, lo que resuelve la crítica literaria es un problema de conocimiento. Hace evidente lo que hace evidente el arte. Y Guadalupe Nettel y Jorge Volpi se dieron a la tarea de hacer visible las terribles circunstancias de la humanidad en este Diario de la pandemia.
Ante la imposibilidad de contar —o explicar— la conmoción total de la pandemia, al menos podíamos desmenuzarla poco a poco. A finales de marzo de 2020, Guadalupe Nettel y yo comenzamos a buscar a aquellos testigos que, desde distintos lugares del orbe y desde diversas perspectivas, estuvieran dispuestos a compartirnos una de sus jornadas de este tiempo extraordinario (Volpi 2021, p. 24).
Diario de la pandemia es algo muy personal, el registro íntimo, y, a la vez, social, de una época, de algo que nos preocupa, desde una subjetividad social. Muestra la necesidad de voltear los ojos hacia la colectividad, la diversidad de voces que se apiñan en la emergencia.
La obra en general es un documento histórico sobre el miedo de estos años, un registro del desasosiego que estamos viviendo. Todos estamos entreverados en la polifonía de voces. Afirma Nettel que así como seguimos hablando de la Segunda Guerra Mundial, pasará mucho tiempo y el tema, el trauma de la pandemia seguirá en la narratividad cotidiana. Diario de la pandemia marcó la necesidad de la reflexión sobre la sociedad, refleja el dolor global, el recuento de la muerte, el desborde de la enfermedad, las múltiples maneras en que nos enfrentamos a la muerte en la incapacidad para la cura, incluso en el rebasamiento para enterrar los cadáveres. «No sabemos cuántos muertos son, nos quedamos con las cifras. La tragedia es de dimensiones inauditas» (Nettel, 2021). Nettel habló de un tiempo suspendido en que poco a poco se va dando cuenta de la transformación de los seres humanos. A través de su narración, como lectores revivimos aspectos de la pandemia, las circunstancias iniciales, la incertidumbre, el miedo del miedo como ella lo nombra.
La semana previa a mi entrada en cuarentena fue vertiginosa. Llevaba tres años viviendo de prisa, estresadamente, y en esos días lo hice aún más. Tenía la sensación de que una gran puerta estaba a punto de cerrarse, y antes de que eso ocurriera, era imprescindible resolver lo más urgente, pues no sabía cuánto tiempo iba a estar aislada ni qué pasaría después. Durante uno de esos últimos días de libertad, mi tía vino a visitarnos. Recuerdo que durante la comida, estornudó en la mesa y se sonó con la servilleta de papel que después puso frente a su plato. Nadie usaba tapabocas aún, pero verla ya me ponía los pelos de punta. ¿Era posible que se hubiera contagiado y nos infectara a todos? Ese miedo empezó a extenderse a mis vecinos y a mis colegas del trabajo. Me sentía culpable y a la vez no podía evitarlo. No sólo tenía miedo del contagio, sino miedo del miedo hacia los demás (Nettel, 2021 p. 259).
Así como ocurre con la pandemia de COVID-19, la nueva literatura mexicana representa aspectos de la violencia en sus distintas manifestaciones, la migración y demás problemas entreverados en estos tiempos convulsos. A través de la crítica literaria vemos cómo el arte literario se revela como un engranaje con la sociedad. Es la bisagra que permite el acceso a ese mundo a través del lenguaje, como diría Hans George Gadamer en Verdad y método.
Conclusión
La literatura mexicana del siglo XXI se enfrenta a realidades que generan cambio tanto en los soportes en que se inscribe su naturaleza ontológica (desde las innovaciones en lo impreso, como lo digital, facebook, twitter, etc.), como en su estructura (lo fragmentario, el palimpsesto, la hibridez), y lo temático (la violencia, la guerra, el confinamiento, la enfermedad). Con esto se representan sentimientos como el miedo, la incertidumbre, la rabia, la desesperanza, a la vez que se proyecta una identidad fragmentada. En el arte en tiempos de pandemia, la realidad se ve como algo inmediato, parece como si no hubiera mediación con la palabra, como si el lenguaje fuera la misma realidad violenta que representa. Todo esto exige nuevas maneras de hacer investigación literaria, nuevas formas de crear distanciamiento estético para vernos y salir de la crudeza de la enfermedad, de las enfermedades que nos envuelven como sociedad agónica. Porque hoy, la reflexión está más cerca de la creación y la crítica literaria tiene que volverse creativa, asumir roles que antes quedaban al margen. En este sentido, la literatura en tiempos de pandemia exige, más que nunca, el ojo crítico del lector como co-creador, pues allí donde se concretiza la obra, como veía Ingarden, también inicia la labor investigativa.
Referencias
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Montalvo, K. (2020, noviembre 30). Pantuflas. Imagen 99. https://www.imagen99.mx/pantuflas/
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Montalvo, K. (2020, julio 2). Palabras en pandemia: pantalla. Medium. https://ufchinzaz.medium.com/palabras-en-pandemia-pantalla-en-video-conferencia-d8b9f7fe94ba
Pescador, B. (2014). ¿Hacia una sociedad del conocimiento? MED, 22(2), 6–7. https://www.redalyc.org/pdf/910/91039150001.pdf
Sabines, J. (2022). La luna. Palabra Virtual. https://palabravirtual.com/sabines/index.php?ir=ver_poema1.php&idp=28&pid=3126&t=La+luna
Tarazona, D., y Zárate, K. (2020, abril 5). Cartas desde el encierro. Nexos. Cultura y vida cotidiana. https://cultura.nexos.com.mx/cartas-desde-el-encierro-2-a-entrega/
Tarazona, D. (2021, junio 24). Vacuna… eres tú. Este País. https://estepais.com/impreso/numero-361-junio-de-2021/vacuna-eres-tu/
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